La mesa de los domingos a la noche apela, como es costumbre en ese mundo de teóricos y de conferencistas, al cruce de sabidurías. El debate no es más que un lugar donde los panelistas, luego de trabajar cerca de 14 horas seguidas, se detienen a eliminar con relatos de los más profundos toda una líbido contenida en el día y destinada a la observación de los recorridos de la pelota. Es así: son periodistas deportivos, al final de la fecha de fútbol, que semana tras semana construyen un espacio de discusión que se ha vuelto famoso en el plantea de las redacciones.
Los temas varían. Pero la costumbre ha llevado a que el tema central de conversación sea el de sexo. Tiene una lógica: no sólo evade las discusiones sobre fútbol que después de tanto trabajo generan tortuosos fastidios, sino que permite armar un puente de contacto entre los más viejos y los más jóvenes de la sección (el más pibe tiene 19 años y el mayor pisa los 54).
No es un espacio común, claro está. Porque, en definitiva, la mesa de los domingos termina siendo una rueda de aprendizaje. “Hace tiempo, en marzo del año pasado, nos dimos cuenta que la conversaciones eran un eje central en nuestra identidad como grupo. Decidimos, entonces, tomarnos en serio la cosa para divertirnos y uno propuso que a partir de ese día se harían asignaciones para que uno de nosotros tuviera que contar una historia real que abriera el debate”, cuenta uno de los personajes centrales de las veladas nocturnas del fin de semana.
Este periodista, el último fin de semana, pidió permiso para que lo dejaran formar parte de una cena para hacer una nota. “Mientras no digas nuestros nombres, está todo bien”, respondió uno. “Es para que no se enteren nuestras esposas o esposos que relatamos algunas situaciones personales”, comentó otro.
El turno de este domingo, explotado de cansancio por el trabajo enorme que había generado la victoria de Boca sobre Huracán, le tocó a un muchacho de 23 años que arrancó su relato repleto de nervios. “Quiero aclararlo: dudé como nunca”, arrancó, despertando sorpresas en todos los sectores de la mesa. “Es algo que no me esperaba, pero sé que ustedes me van a poder explicar realmente cómo es y qué es lo que tengo que hacer”, dijo, atajándose del relato que venía.
“El tema es que estaba en mi casa con una compañera de la facultad (NdelR: seguramente sería la novia, pero los panelistas tienen derecho a no decir que son sus parejas quienes protagonizan las historias) y empezamos a besarnos. La cosa venía tranquila: yo había tomado unas cervezas antes así que sabía que con eso iba a evitar acabar rápido. Ella también se notaba relajada. Nos empezamos a desvestir, quedamos desnudos completamente, y ella empezó a acariciarme las entrepiernas. Para mí, era una sensación única, la estaba pasando de maravilla, hasta que siguió moviendo sus dedos e introdujo uno en mi ano”. El silencio y los nervios llenaron las mejillas de este personaje. Se puso colorado y miró a todos de frente esperando a que alguien respondiera. Todos miraban, en definitiva, esperando un final que nunca existió.
- ¿Esa es la historia? – preguntó uno de los personajes más viejos de la mesa.
- Sí, yo le saqué la mano y le dije que estaba loca. Y quería preguntarles a ustedes si alguna vez les había pasado.
La mesa estalló de risas. El pibe de 23 años miraba como si no entendiera nada de lo que sucedía a sus alrededores. La vergüenza le dolía en el centro del corazón. Lo hacía traspirar. Hasta que el más grande, el que pisa los 54, le respondió: “Che, quedate tranquilo, eso es algo que hacemos todos. Está bárbaro. A mí me encanta. Cuando me hacen eso, queda hecho un toro, preparado para acostarme con 13 vacas seguidas”.
La mesa de los domingos siguió con la misma simpatía que siempre tiene en los caudales de sus conversaciones. El pibe de 23 años rápidamente se sumó a un debate sobre lencería fina color rojo. Todavía, no salía del asombro. Pero no era el único. Este joven cronista se quedó con la misma duda: no había escuchado nunca que una mujer le pudiera introducir un dedo en el ano a un hombre y que eso pudiera fascinarlo.
¿Ustedes lo habían escuchado?
EZEQUIEL SCHER
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